miércoles, 28 de agosto de 2013

Media Verónica



Anoche sucedió lo que hace un tiempo: traspasé el espejo y no sabía dónde estaba. Me encontré con algunas amigas de la infancia, entre ellas María, la otra de rulos del curso. Venía de correr sus interminables maratones. También estaba Marisol, de regreso de la Isla de Pascua, con un moái solemne a pesar de ser una miniatura comprada en algún negocio para turistas.
     En eso la veo a Verónica mirándome desde un rincón del living. Sin decirnos nada, fuimos a la cocina, que era hermosa, amplísima. Toda la casa era linda aunque había en ella un eco gótico que me inquietaba: techos altos, paredes de piedra (muros indestructibles), una gárgola escondida al lado de la entrada. Pero la atmósfera era luminosa porque no había cortinas en las grandes ventanas. Daban a un patio de piso de piedra gris rojiza, como de un ánfora mesopotámica. Puestos caprichosamente había canteros con pinos enanos y naranjos.
     En la cocina la madera de los muebles decía que allí se había trabajado mucho. Había en la mesa cicatrices de laboriosos cuchillos (algunas tenían un poco de harina) y pequeñas manchas oscuras de aceite o de grasa. Los estantes estaban vacíos, pero pude oler lo que en algún tiempo, en alguna dimensión (cuáles me pregunté) había descansado en ellos a la espera de la mano del cocinero: sabrosos quesos, romero y salvia, té de la China, granos de pimienta de varios colores, un jamón, café sin azúcar.
     Verónica se sentó cerca de una de las ventanas altas y flacas, como ella, que daban al este. Adivinando mi intriga, se sonrió: No te creas que me quedo por mucho tiempo. Yo no podía hablarle. O más bien, le hablaba sin palabras. Y siguió: No te preocupes, está todo bien. Nos miramos un segundo. Me di cuenta de que ahora tenía las trenzas hechas, las dos trencitas que a veces usaba cuando tenía el pelo sucio o no había ido a la peluquería y quería ocultar las mechas desprolijas. Y entonces se fue. Se fue tan de repente como había llegado, tan sigilosa como mi gato siamés. Y yo me quedé anhelando, pensando que cuando llegue mi momento, cuando me toque atravesar el espejo verdadero, el que está entre el aquí y el allá, entre el ahora y el tiempo sin tiempo, entonces sí vamos a encontrarnos y yo le voy a contar mil cosas y ella se va a reír como se reía siempre, con esa carcajada sonora, clara, luminosa como la casa.

Cuando me desperté, sonaba en la radio una música sin nombre, esa que ponen las emisoras durante la madrugada. La radio cantó sus notas por unos minutos y luego se apagó, así sin más, tal como se había encendido. Lloré un rato largo, como una niña que ve en su jardín un pájaro extraño, hermoso, lleno de colores y lo quiere atrapar y no puede. Lloré y después volví a dormirme, esta vez sin atravesar ningún espejo.

3 comentarios:

  1. NO SE SI TE REFIERES A MI (A NUESTRA) VERÓNICA, PERO SEA QUIEN FUERE LA DESTINATARIA, TE ASEGURO QUE EL RELATO ME EMOCIONO HASTA LAS LAGRIMAS.
    ESCRIBES MUY BIEN, SE VE QUE TIENES MUCHO TALENTO...

    TE ENVIO MUCHOS CARIÑOS.
    RICARDO F. RAFTI

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  2. Hola, Ricardo! Sí, el relato es para tu/vuestra Verónica. Fue un sueño que tuve cuando estaba embarazada, todo lo que narro es el sueño en sí, y cuando me desperté en el medio de la madrugada, se oía música en el reloj despertador de Gustavo. Se oyó música por unos minutos y después se apagó. No era la alarma ni nada de eso, sólo música. Puede parecer un poco místico, o una consecuencia de mi "estado", pero es la pura verdad. Al otro día, escribí este pequeño texto, para que drenara un poco la tristeza y para recordarla a Vero con algo bello, como son las palabras. Bueno, te mando un beso enorme y gracias por chusmear un poco el blog! Lo tengo un poco abandonado últimamente, pero ya lo seguiré!

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    1. MUY TIERNO TU COMENTARIO.
      ME GUSTA MUCHO LA FORMA EN QUE ELEGÍS Y COMBINAS LAS PALABRAS...
      CREO QUE A ESA HABILIDAD SE LE DENOMINA: "TALENTO LITERARIO". CARIÑOS MIL.
      RICARDO

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