jueves, 15 de agosto de 2013

La mosca



La mosca todo lo sabe y lo ve. Sobrevuela las mesas que dan a Bulnes y se percata de una leve tensión en la pareja de la seis. Él habla y habla mientras ella escucha con los labios apretados. La mosca se posa expectante en el ángulo derecho de un sobrecito de azúcar (los de edulcorante son flacuchos, insulsos). Siente que el corazón se le acelera cuando la chica, la de la seis, está por hablar, casi por estallar. Pero no, ella sigue apretándose el labio inferior, y ahora también aprieta las manos debajo de la mesa.
            La mosca se impacienta. Vuela a otra mesa. La nueve. Dos hombres de cuarenta y tantos hablan de negocios. La conversación discurre acerca de cómo evadir impuestos de la manera más eficiente, que es lo mismo que hablar de negocios. Qué aburrimiento.
            En la once se sentaron dos amigas. La mosca sabe que son amigas porque se hablan con cariño, una le toma la mano a la otra. Le da ánimo. La mosca siente un aleteo de empatía. La amiga que se ve más segura, más confiada, bebe el último sorbo de café. Con delicadeza, toma una servilleta de papel, la extiende y coloca una a una las masitas que había traído el mozo. Hace un paquetito y lo guarda en la cartera. La mosca siente empatía una vez más.
            De un rincón le llega a la mosca cierto barullo, como de cotorras trastornadas. La mosca detesta a las cotorras. Pero no puede resistir la tentación de saber. Vuela de un zumbido seco hasta la trece. Se para sobre el plafón de la lámpara que ilumina las cabezas grises de cuatro octogenarias. Todavía no han vivido tanto como yo, piensa la mosca. Una, la del collar de perlas, está muy agitada. Qué vergüenza, qué se piensan, yo no vengo más. Otra, la del broche de oro en la solapa de su abrigo, está escandalizada. Yo me voy ya mismo, y pronuncia las ye con fuerza porteña. La tercera revisa una vez más la cuenta. Acá nos están robando. La cuarta, quizá avergonzada, quizá amedrentada por la vehemencia de sus amigas, hace que busca algo en la cartera. La mosca percibe la ola de calor que se desató en la cara de la vieja. La otras tres compiten a ver quién tiene la lengua más filosa. Este mozo se cree que ya es Navidad y que nosotras somos Papá Noel. Prefiero tirar dos pesos a la basura antes que regalárselos a estos sinvergüenzas. Hay que denunciarlos por abuso al cliente.
            La mosca sigue la escena atenta. Se acerca el mozo. Hace veinte años que trabaja ahí y conoce a los bueyes con los que ara. Calma, señoras, acá nadie quiere robarles nada. Esos dos pesos no están de más, son por la manteca y la mermelada que pidieron. Lejos de apaciguar a las fieras, el mozo siente que está por perder la batalla. Pues bien, nosotras no se lo vamos a pagar. Así que cóbrenos todo menos dos pesos.
            La mosca se decide. Vuela como un rayo nocturno, como un cóndor andino, como un dardo en un bar inglés, hasta la cocina. Pasa por encima del cocinero, la mesada repleta de ollas, vuela más allá de las heladeras y las estanterías, y llega hasta las bolsas negras, la síntesis de lo perfecto. Se sumerge en la más grande, la que está a punto de reventar, y se revuelca en la podredumbre. Identifica uno a uno los fétidos aromas y sabores. Se regodea en ellos para luego, casi en trance, salir volando. Pasa nuevamente por las heladeras, la mesada y el cocinero, esquiva las puertas batientes y llega casi sin aliento a la mesa de las viejas.
            Todavía no terminaron el té. Con elegancia ancestral, pasa de una taza a la otra. Una, dos, tres. En cada parada sacude suavemente las alas y estira las patas. Partículas minúsculas e invisibles caen en los tés casi fríos. Decide no detenerse en la cuarta taza.
            Esa noche, en algún lugar de la ciudad, tres viejas solas, cada una con su cruel soledad, se doblan de dolor en los baños de sus casas. Sudan y deliran afiebradas hasta el amanecer. Escherichia coli, diagnostican los médicos.
           
Mientras mira la novela de la diez, la cuarta vieja mordisquea de a poco tres bombones de chocolate. En una de las tandas publicitarias, se levanta para prepararse un té. Cuando va llenando la taza, recuerda el episodio en la cafetería. Podría jurar que hoy una mosca me guiñó un ojo, se dice, y divertida por su propia ocurrencia, suelta una sonora carcajada.

3 comentarios:

  1. Te felicito Alejandra por animarte a escribir un relato sobre las moscas, como se animó el poeta mas famoso de Escocia Robert Burns escribir sobre un ratón que sufría porque le habían destruido su hogarcito en el campo.
    Ronald

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  2. ¡Gracias, Ron! No recordaba a Burns, creo que en algún momento lo estudié, pero no lo tenía presente, así que busqué y busqué, y encontré el poema del ratoncito. Me gustó mucho esta estrofa:
    Your small house, too, in ruin!
    Its feeble walls the winds are scattering!
    And nothing now, to build a new one,
    Of coarse grass green!
    And bleak December's winds coming,
    Both bitter and keen!
    Me encanta la imagen del viento.
    ¡Saludos!

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  3. ¡Hola Alejandra! Estuve en el taller el sábado en Villa Constitución y me gustó tanto tu cuento que acabo de leérselo en voz alta a mi cuñada quien también escribe muy lindo... y como la cuarta vieja, también ella largó su carcajada cuando leí el final! Un placer lo del sábado, la pasamos muy bien. ¡¡Gracias!! Luciana.

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