De cada lugar, una piedra.
Para Nenina era casi una consigna. Le pesaban en el bolso o en la valija, pero
no importaba. Después las acomodaba en la biblioteca, o en el cuenco de barro
del Perú o sobre el escritorio. Piedras perfectas y redondas, chatas como una
moneda, gastadas y grises, blancas impolutas o brillantes de mica.
Ya quedan pocos lugares en
la casa sin piedras. Fueron desplazando a las plantas, que sin Quique pasaron a
conformar un paisaje ocre y mustio. Las piedras empezaron a acumularse en los
rincones, en las alacenas, en las mesas de luz. A veces a Nenina le parecía que
de algunas brotaban otras. Algunos días esa reproducción mineral la hacía
sentir un poco agitada, con un
desasosiego que se le metía en el pecho, pero otros le daba una felicidad de
niña que le duraba hasta que se dormía.
Pero una noche soñó que a las
piedras les salían patas, patas como de araña enojada. Las piedras arácnidas
trepaban por las paredes, salían de los placares y se colgaban de las lámparas
formando caireles funerarios. Otras se escondían en los bolsillos de la ropa o
cubrían los espejos con sus cuerpos ancestrales.
Ulises de pronto maulló y
Nenina supo que era una pesadilla. Quiso sacársela de encima y abrir los ojos
pero no pudo. Quiso gritar y se sintió ahogada. Las arañas pétreas habían
sellado con sus redes minerales los párpados y la boca de Nenina.
La casa era ahora toda de
ellas.
(Nota de la autora: Este relato corto apareció primero en Cuatro tramas - Orientación para leer, escribir, traducir y revisar, libro que publicamos en el 2009 con Paula Grosman y del que ya casi no quedan ejemplares. Un éxito, quizá pequeño comparado con las tiradas de las grandes editoriales, ¡pero un éxito al fin!)
Este relato es como una piedra preciosa, una joya pequeña y perfecta. Estoy disfrutando muchísimo leer tus publicaciones. ¡¡Y además mi gato se llama Ulises!! Muchas gracias por compartir tus textos.
ResponderEliminar¡Gracias, Inés! Es muy lindo recibir tu comentario. No me acuerdo cómo fue que elegí el nombre Ulises para el gato, pero ahora que lo pienso debe ser porque mi marido tuvo alguna vez un perro que se llamaba así. La cabeza actúa de modo muy extraño cuando uno se sienta a escribir, ja!
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