sábado, 14 de septiembre de 2013

Pequeñas historias de desayuno



Había una vez un café con leche que quería ser té con limón. Cuando se miraba al espejo y se veía tan pálido, lloraba: “Bua, bua, quiero ser oscuro como la noche y que la gente haga una mueca cuando me toma”. Y volvía a mirarse y hacía esa mueca que se le dibuja a la gente en la cara cuando toma té con limón (porque el té con limón es un poco ácido).

Había una vez una medialuna que quería ser vigilante. Cuando se miraba al espejo y se veía tan curvada, lloraba: “Bua, bua, quiero ser flaca, alta y derechita y que la gente se pelee por agarrarme”. Y volvía a mirarse mientras se zarandeaba sola, como la gente zarandea las cosas cuando se pelea por agarrarlas, porque en la bandeja de facturas nunca ponen suficientes vigilantes.

Había una vez una nena que mientras desayunaba, suspiraba: “Ah, quiero ser un gorrión y saltar de rama en rama por los árboles de mi plaza”. El café con leche y la medialuna la miraron extrañados y pensaron: “Qué rara esta nena, cómo va a querer ser gorrión si los gorriones no toman riquísimos cafés con leche como yo” (eso lo pensó el café con leche) y “Qué rara esta nena, cómo va a querer ser gorrión si los gorriones no comen riquísimas medialunas como yo” (eso lo pensó la medialuna). Y así estaban los tres, pensando y meditando, hasta que se olvidaron de que querían ser otra cosa y se fueron contentos a jugar.

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