Yo la conocí. Era tan linda,
tan linda, que te hacía sentir un sapo, o peor, un escuerzo. Vivía al final de
la calle ancha del pueblo. Todos los días de aquellos años pasó delante de mi
casa y jamás me animé a levantar la vista. Ella trabajaba en la botonería de los
Cuttuli, y yo sufría como un condenado a la hoguera cada vez que mi vieja me
mandaba a comprar algún hilo para zurcir las medias.
Todo el que ya se hubiera calzado
los pantalones largos la
pretendía. Y la guacha lo sabía, pero no dejaba que nadie se
le arrimara. En realidad, muchos se le arrimaron, pero nunca lo suficiente como
para robarle un beso o una caricia furtiva. Por más que se esforzaran, quedaban
como perro con la cola entre las patas. Ni un poco de piedad tenía, y eso que
nunca faltaba a misa.
Cuentan que la bruja del pueblo, que
sabía de todo por vieja más que por bruja, le advirtió una tarde fría de agosto
que más vale bajara el copete y eligiera candidato mientras la juventud estuviera
de su lado. Si no, le dijo, te vas a quedar para vestir santos.
Se ve que la bruja le pegó con la adivinación,
o que el destino quiso hacer justicia por tanto novio malogrado. Un día, muchos
inviernos después, tantos que ya no los puedo ni contar, la vi en la iglesia de
Santa Úrsula de las Venecitas. Como no era hora de oficio, por un segundo pensé
que estaba ahí por algún bautismo o algún entierro. Pero me equivoqué: subida a
una escalera de albañil, le cambiaba trabajosamente el faldón castaño a un San
Roque de mirada indiferente. Al lado de ella una monjita casi ciega no paraba
de hablar mientras le sostenía el costurero.
Muy bueno Ale.
ResponderEliminarTe recomiendo también "La mosca" (es el cuento con el que gané el concurso del Colegio de Traductores), "Una pregunta" (es un relato cortito que hicimos con Marcos) y el cuento "Hansel y Gretel". Beso!
Eliminar¡Gracias!
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