miércoles, 9 de octubre de 2013

La mujer que se amaba demasiado



Yo la conocí. Era tan linda, tan linda, que te hacía sentir un sapo, o peor, un escuerzo. Vivía al final de la calle ancha del pueblo. Todos los días de aquellos años pasó delante de mi casa y jamás me animé a levantar la vista. Ella trabajaba en la botonería de los Cuttuli, y yo sufría como un condenado a la hoguera cada vez que mi vieja me mandaba a comprar algún hilo para zurcir las medias.
            Todo el que ya se hubiera calzado los pantalones largos la pretendía. Y la guacha lo sabía, pero no dejaba que nadie se le arrimara. En realidad, muchos se le arrimaron, pero nunca lo suficiente como para robarle un beso o una caricia furtiva. Por más que se esforzaran, quedaban como perro con la cola entre las patas. Ni un poco de piedad tenía, y eso que nunca faltaba a misa.
            Cuentan que la bruja del pueblo, que sabía de todo por vieja más que por bruja, le advirtió una tarde fría de agosto que más vale bajara el copete y eligiera candidato mientras la juventud estuviera de su lado. Si no, le dijo, te vas a quedar para vestir santos.
            Se ve que la bruja le pegó con la adivinación, o que el destino quiso hacer justicia por tanto novio malogrado. Un día, muchos inviernos después, tantos que ya no los puedo ni contar, la vi en la iglesia de Santa Úrsula de las Venecitas. Como no era hora de oficio, por un segundo pensé que estaba ahí por algún bautismo o algún entierro. Pero me equivoqué: subida a una escalera de albañil, le cambiaba trabajosamente el faldón castaño a un San Roque de mirada indiferente. Al lado de ella una monjita casi ciega no paraba de hablar mientras le sostenía el costurero.  

3 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Te recomiendo también "La mosca" (es el cuento con el que gané el concurso del Colegio de Traductores), "Una pregunta" (es un relato cortito que hicimos con Marcos) y el cuento "Hansel y Gretel". Beso!

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